¿Y el tabernáculo qué tiene que ver con la Navidad?

Por Ben Jiménez

El tabernáculo tiene todo que ver con la Navidad. Para explicar esto necesitamos ir a nuestra teología bíblica. Vamos a trazar brevemente el tema de la presencia de Dios.
Para hacer esto, debemos, naturalmente, comenzar con el Huerto del Edén. Dios ha existido desde la eternidad. Él, sin embargo, cuando creó el mundo y todo lo que hay en él, incluyendo su obra maestra; los humanos, decidió hacer un santuario donde él habitaría en perfecta comunión con sus amadas criaturas; Adán y Eva. Pero ellos pecaron contra Dios y por consiguiente perdieron el derecho de estar en la presencia de Dios en perfecta comunión con él. Ellos fueron expulsados hacia el Este, fuera del santuario; el Huerto del Edén.

Muchos años después Dios escogió a un hombre llamado Abraham para llevar a cabo su plan de redención. Él lo bendijo, le prometió una gran descendencia y tierra. Le prometió que por medio de su descendencia todas las naciones del mundo serían bendecidas.
Un par de generaciones más adelante, Jacob, el nieto de Abraham fue escogido por Dios para continuar la linea de sangre de esta promesa. Providencialmente, Jacob y sus doce hijos con sus esposas fueron a vivir en Egipto.

Esta tienda era literalmente el santuario de Dios. Era un nuevo Huerto del Edén donde la presencia de Dios habitaba. El tabernáculo era el medio por el cual el pueblo de Dios podía gozar de una comunión con él.

Una vez en Egipto, Israel se convirtió en una nación numerosa. Pero Faraón, rey de Egipto, comenzó a oprimir al pueblo de Israel por 400 años . Pero finalmente Dios escogió a su siervo Moisés para sacar a su pueblo de Egipto y llevarlos a la tierra que él le había prometido a Abraham. Después de demostrar su poderosa mano contra Faraón al mandar plagas a Egipto, Dios rescató a su pueblo y los llevó rumbo a la tierra prometida. Dios llevó a su pueblo al Monte Sinaí, donde la presencia de Dios se manifestó una vez más de forma gloriosa. Su presencia era tan santa y gloriosa que el pueblo ni siquiera podía acercarse a las faldas del monte o morirían. Unicamente Moisés pudo subir. Dios le dio su ley a Moisés sobre este monte. Además, Dios le dio a Moisés instrucciones sobre un proyecto de tremenda importancia. Este proyecto es llamado el tabernáculo. Este es una tienda de campaña en la cual Dios iba a habitar entre su pueblo (cf. Éxodo 25:8). Esta tienda era literalmente el santuario de Dios. Era un nuevo Huerto del Edén donde la presencia de Dios habitaba. El tabernáculo era el medio por el cual el pueblo de Dios podía gozar de una comunión con él.

El tabernáculo y Jesús

Estoy consciente de que aún no he respondido la pregunta principal. ¿Cuál es la relación entre el tabernáculo y la navidad? Para allá vamos. Durante la Navidad celebramos el nacimiento de Jesucristo. En las palabras del Apóstol Juan, “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.” Y más adelante Juan dice, “El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.” En Navidad celebramos que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. La palabra que Juan utiliza para “habitó” tiene su raíz en el sustantivo “tabernáculo” utilizado en Éxodo para referirse a la tienda donde la presencia de Dios estaba en medio de su pueblo. En otras palabras, Juan puede ser traducido literalmente, “El verbo se hizo carne y 'tabernaculó' entre nosotros.” El Verbo se hizo carne y puso su tienda de campaña entre nosotros.

Juan puede ser traducido literalmente, “El verbo se hizo carne y ‘tabernaculó’ entre nosotros.”

La presencia de Dios en el tabernáculo en el desierto era gloriosa. Pero el tabernáculo era únicamente una imagen; una ilustración de algo mucho mejor. El tabernáculo era una ilustración de Jesús. Cristo mismo se refiere a su cuerpo como al templo de Dios (el cual era una versión sedentaria del tabernáculo) (cf. Mateo 12:6; Juan 2:19-21). Pablo acierta en Colosenses que toda la plenitud de la deidad habita en Jesús (1:19). La presencia de Dios en la persona de Cristo es mil veces mejor y más gloriosa que la presencia de Dios en el tabernáculo porque Jesús mismo es Dios.

Jesús es el tabernáculo, el Sumo Sacerdote, y el sacrificio

Permíteme ofrecer tres breves razones por las que Jesús es mejor que el tabernáculo. 

Jesús mismo es el tabernáculo

El tabernáculo era el lugar de reunión donde el pueblo de Israel, por medio de un Sumo Sacerdote podía entrar una vez al año al lugar santísimo donde la presencia de Dios habitaba. Allí el Sumo Sacerdote ofrecía sacrificios por el pecado de todo el pueblo. El tabernáculo era el medio para entrar en la presencia de Dios y tener comunión con él. Jesús sin embargo no necesitaba de un tabernáculo hecho con manos humanas porque él mismo es el tabernáculo. Él entró en la presencia de Dios por medio del tabernáculo de su cuerpo (cf. Hebreos 9:1-12). El gozaba comunión perfecta con su Padre y es por medio del tabernáculo de su cuerpo que nosotros también tenemos acceso directo a la presencia de Dios y podemos tener comunión con el Padre.

Jesús mismo es el Sumo Sacerdote

En el tabernáculo, nadie podía entrar a la presencia de Dios más que el Sumo Sacerdote. El pueblo dependía del Sacerdote por medio del cual simbólicamente toda la gente entraba a la presencia de Dios una vez al año. Este sacerdote llevaba sobre sus hombros el juicio y la culpa del pueblo. Además él llevaba en su pecho. simbólicamente, a todo el pueblo. Jesús, sin embargo, no necesitaba de un sumo sacerdote. Jesucristo mismo es el Sumo Sacerdote. Pero él no entraba una vez al año. Jesús entró una sola vez que fue definitiva y que ahora ha abierto el lugar santísimo para que todo aquel que cree en Jesús pueda entrar directamente a la presencia de Dios por medio de Cristo cf. Hebreos 7:11-28; 8:1-5).

Jesús mismo es el sacrificio

En el tabernáculo en el desierto el sumo sacerdote tenía que ofrecer sacrificios para apaciguar la ira de Dios en contra del pueblo. El sacerdote incluso tenía que ofrecer sacrificios por sí mismo. Lo más triste es que estos sacrificios no eran capaces de purificar la conciencia de las personas. Estos solo purificaban la carne. Las buenas noticias es que estos apuntaban hacia un mejor sacrificio. Jesús ofreció este sacrificio mejor. Él se ofreció a sí mismo como el sacrificio. Su sangre sí tiene el poder para purificar nuestras conciencias y nuestros corazones (cf. Hebreos 9:13-14). El sacrificio que Jesús ofreció a Dios para apaciguar su ira contra nosotros fue ofrecido una sola vez de forma definitiva. Ya no hay necesidad de ofrecer más sacrificios porque el sacrificio de Jesús fue suficiente para la propiciación de los pecados de toda la humanidad eternamente.

Podríamos resumir todo esto de la siguiente forma. El tabernáculo era una imagen que representaba a Jesús. El pueblo de Dios necesitaba un tabernáculo donde el Sumo sacerdote ofrecía sacrificios. Pero Jesús es el tabernáculo mismo, el Sumo Sacerdote mismo y el sacrificio mismo; los tres a la vez.

¿Te das cuenta por qué digo que Jesús es mucho mejor que el tabernáculo? Si no me crees, te invito a que leas la carta a los Hebreos. Allí el autor explica todas estas cosas mucho más detallada y hermosamente que yo.