Dios puede ser glorificado en todos los ámbitos de la vida
Por Rafa Riveros
“No hay obra alguna tan humilde y tan baja, que no resplandezca ante Dios, y sea muy preciosa en Su presencia”.
— Juan Calvino [1].
En cierta ocasión, después de impartir una clase bíblica, se acercó un joven bien intencionado y entristecido me confesó que lamentaba el hecho de no poder ser usado y llamado por Dios. De inmediato le pregunté a que se refería y me contestó lo siguiente:
– Tú sabes, yo no soy bueno para exponer las Escrituras o para tocar algún instrumento para Dios. Simplemente soy un congregante más, no soy predicador, maestro o líder de alabanza. Me lamento en no ser uno de esos que Dios llama para servirle.
Le pregunté acerca de su oficio o vocación y me di cuenta que su labor era asombrosa. Luego, lo cuestioné en si aquello que hacia creía que glorificaba a Dios y dijo que sí.
Bueno, le contesté, ahí tienes tu llamado para el cual Dios te ha permitido vivir en este tiempo. Solo Él sabe si en el futuro le servirás en el ministerio eclesiástico, pero si nunca fuera así, tú vida puede glorificarle así como la de cualquier pastor o ministro de alabanza, si todo lo que haces, lo haces para agradarlo a Él y bendecir a los demás.
Resulta realmente triste oír lo que él pensaba acerca de esto, pues limitaba el llamamiento del Señor a estar solamente detrás de un púlpito predicando, o sobre un escenario ejecutando algún instrumento.
Sin embargo, él ha sido esa voz audible de los muchos que pensábamos exactamente igual antes de que el Señor nos permitiera [por su Gracia] comprender a través de su Palabra que no solo podemos servir y glorificarle cuando tenemos un micrófono en la mano; sino también al tomar nuestras herramientas para trabajar en el taller, cuando cerramos íntegramente un negocio, cuando enseñamos con excelencia en un aula, cuando cuidamos con esmero nuestro hogar… entre miles de cosas más.
No solo aquellos que trabajan enteramente atendiendo a la iglesia pueden glorificar a Dios; es más, podemos servir a tiempo completo dentro de la Iglesia y aún así no vivir para la la gloria de Aquel que es Señor y Rey de la Iglesia.
Este es el tema que nos compete en nuestro presente artículo. Por lo tanto, demos un breve vistazo a lo que las Escrituras nos dicen al respecto.
Una declaración gloriosa para todo creyente:
« Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; ».
(1 Pedro 2:9, LBLA).
Este texto es una joya que brilla con una luz incomparable en toda la epístola del apóstol Pedro. Un texto no tan solo dirigido a cierto sector privilegiado de la Iglesia, sino a todo el cuerpo de creyentes redimidos por el Señor, como lo demostraremos en breve.
Sabemos muy bien que aquí se halla una vasta mina de riquezas teológicas, sin embargo, en esta ocasión nos limitaremos a tratar solo uno de sus tan valiosos tesoros: El Sacerdocio de los Creyentes.
Un Real Sacerdocio
La doctrina de que los creyentes son sacerdotes debe entenderse y citarse con cuidado. Al mencionarla no debe comprenderse como el poder de ser intermediarios entre Dios y los hombres, tal como el clero Católico Romano tanto exige. Dicho sea de paso; sin sustento bíblico alguno. Es una aberrante afrenta a la obra de Cristo como único intermediario entre Dios y el hombre,
«Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre»
(1 Timoteo 2:5 RVR1960).
Entendido esto, podemos decir entonces que el sacerdocio de los creyentes es la facultad que tienen todos los redimidos [no tan solo un grupo selecto de estos] a ofrecer sacrificios de adoración a Dios Padre a través de Jesucristo. Por ello también se ha nombrado a esta doctrina: «El Sacerdocio Universal de los Creyentes».
Y nuestro texto así lo atestigua: «más ustedes son … real sacerdocio».
El adjetivo «real» aquí utilizado; no es sinónimo de verdadero o cierto, sino más bien de descendencia real o de reyes. Pues el término griego usado por Pedro proviene de basileion (βασίλειον) de donde obtenemos las palabras palacio y reino [2].
Esta es una doctrina bíblica que por mucho tiempo estuvo velada, gracias a la errada enseñanza de la Iglesia Católica Romana acerca del sacerdocio (como ya mencionamos) , La misma dotaba al clero de cierta deidad, donde si los feligreses deseaban tener acercamiento con Dios, se les enseñaba que no podían si no era a través de los sacerdotes, pues ellos eran los intermediarios entre el cielo y la tierra.
«En la Edad Media, los cristianos que no eran clérigos o monjes en efecto eran relegados a un nivel de segunda clase» [3].
Una buena hermenéutica nos guía a sustentar una doctrina no cuando la vemos oscuramente en tan solo un pasaje, sino cuando podemos probarla a la luz del resto de las Escrituras.
Es decir, para probar y creer en una enseñanza bíblica, esta no debe estar aislada de la enseñanza general de la Revelación de Dios, sino mas bien, debe armonizar y ser sustentada por ella. Es decir, nos apegamos al principio que los reformadores sostuvieron: Sacra Scriptura Sui Ipsius Interpres (las Sagradas Escrituras son su propio intérprete).
Esto no solo debiera parecernos una regla adecuada y prudente para librarnos de cualquier herejía o error (como la historia se ha encargado diligentemente en mostrarnos) sino la norma indispensable para interpretar todas las doctrinas.
Así que, para no dejar espacio a la duda en cuanto a esta enseñanza, veamos otros pasajes:
«y vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel».
(Éxodo 19:6 LBLA)
« Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo».
(1 Pedro 2:4-5 RVR1960)
«… y de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos libertó de nuestros pecados con su sangre, e hizo de nosotros un reino y sacerdotes para su Dios y Padre, a El sea la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. Amén».
(Apocalipsis 1:5-6 LBLA)
«… Y cantaban un cántico nuevo, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre compraste para Dios a gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación. Y los has hecho un reino y sacerdotes para nuestro Dios; y reinarán sobre la tierra».
(Apocalipsis 5:9-10 LBLA)
La verdad que estos textos nos muestran es que los creyentes en general, no solamente algunos entre todos los cristianos, son un real sacerdocio. Estas palabras, por lo tanto, son aplicables para todo creyente, no solo para los pastores u ancianos de la iglesia.
Me gustaría advertir e impedir en lo posible que impere el pensamiento de que con esto pretendemos menospreciar o desacreditar el pastorado o cualquier otra función eclesiástica, no lo estamos haciendo en lo absoluto. Valoramos y honramos lo que ellos hacen, pues Dios ha sido quien los ha llamado a estar ahí.
En cambio, lo que realmente deseamos decir, porque así las Escrituras lo enseñan, es que no solo son los ministros eclesiásticos quienes pueden y deben darle gloria a Dios a través de sus vocaciones, sino también todos aquellos por quienes Cristo murió y salvó a su debido tiempo, cual sea su vocación, siempre y cuando esta pueda hacerse sin quebrantar la santidad del Señor. Por ello las Escrituras nos llaman sacerdotes.
Por último, podemos concluir que la diferencia entre el clero y los laicos no debería existir en nuestras iglesias. No somos menos aquellos que desarrollamos nuestra vocación fuera de la congregación.
Por tanto, ningún predicador por elocuente y preparado que sea; glorifica más a Dios de lo que puede hacerlo un humilde agricultor que trabaja con todas sus fuerzas para el contentamiento de su Señor, y el bien de su prójimo. Si el trabajo que desarrollamos lo hacemos para la gloria de Dios y para beneficiar a los demás, ese trabajo es tan santo como exponer un sermón ante una gran multitud.
¡No, mi hermano! No eres menos por tener una escoba en tus manos, en lugar de un micrófono.
Acertadamente Tom Nelson escribe:
«Sea cual sea tu trabajo, por más ordinario que parezca, puede ser un trabajo extraordinario, rebosante de importancia y propósito si lo haces bien y para la gloria de Dios» [4]
Aunque es un privilegio estar en la casa de Dios [La Iglesia]. Es una herejía romanista pensar que si no tengo la oportunidad de servir al cien ahí, soy menos espiritual que aquellos que sí lo hacen. Como un sacerdote, cada cristiano tiene algo para ofrecer a Dios.
Lo que los reformadores hicieron al recuperar la doctrina del sacerdocio universal de los creyentes, no fue más que volver a lo que las Escrituras siempre han enseñado: Que no importa el estatus social o nivel cultural, todo hombre que desempeñe su vocación motivado principalmente por y para la gloria de Dios; es un sacerdote que adora al Señor cual sea su profesión; desde la más reconocida hasta la menos aplaudida.
Así lo resumía el reformador alemán Martin Lutero:
«Un zapatero, un herrero y un labrador tienen cada uno la función y la obra de su oficio. No obstante todos son igualmente sacerdotes y obispos ordenados, y cada cual con su función u obra útil y servicial al otro, de modo que de varias obras , todas están dirigidas hacía una comunidad para favorecer al cuerpo y al alma, lo mismo que los miembros del cuerpo todos sirven el uno al otro» [5] .
Desde el barrendero más humilde, hasta el pastor más reconocido; glorifican a Dios en sus oficios. Cualquier trabajo que se haga para la gloria de Dios, se convierte en una vocación santa.
Por eso la Palabra de Dios dice:
“Entonces, ya sea que comáis, que bebáis, o que hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31 LBLA).
Aunque es un privilegio, nadie es más y mejor por servir de tiempo completo en la Iglesia.
Sí, el llamado a glorificar a Dios se extiende mucho más allá de las cuatro paredes de una iglesia. Por tanto, glorifiquemos a Dios al ejecutar nuestro trabajo bajo el Señorío de Cristo y el bien de los demás.
Términemos meditando esta increible cita hasta que nuestro corazón sea despertado por su gloriosa realidad:
«Si eres llamado a ser un barrendero, barre las calles como Miguel Angel pintaba sus cuadros, como Shakespeare escribía poesía, como Beethoven componía música; barre las calles de tal modo que las huestes celestiales y terrenales tengan que hacer un alto y decir:`¡Aquí vivió un gran barrendero que hizo bien su trabajo!´» [6].
— MARTIN LUTHER KING, JR.
Bibliografía:
[1] Juan Calvino. (2012). INSTITUCIÓN DE LA RELIGIÓN CRISTIANA, Libro III, Cap. 10. 2850 Kalamazoo Ave SE Grand Rapids, Michigan 49560 Estados Unidos de América : LIBROS DESAFÍO.
[2] Berzosa, A. R. (Ed.). (2013). En Gran Diccionario Enciclopédico de la Biblia (2aEdición, p. 2089). Viladecavalls, Barcelona: Editorial CLIE.
[3] Wright, D. F. (2005). SACERDOCIO DE TODOS LOS CREYENTES. En S. B. Ferguson & J. I. Packer (Eds.), H. Duffer (Trad.), Nuevo diccionario de Teología (Cuarta edición, p. 826). El Paso, TX: Casa Bautista de Publicaciones.
[4] Tom Nelson. (2016). TRABAJO Y REDENCIÓN . Colombia : POIEMA PUBLICACIONES.
[5] Martín Lutero. (1520). «A la nobleza cristiana de la nación alemana acerca del mejoramiento del Estado cristiano». Alemania.
[6] Citado en Miller, God at Work [Dios en el trabajo], pág. 19.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog de Rafa: “Teología para la vida.”
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